Las desacompasadas notas que huyen de la harmónica del mejicano flotan en este aire denso y caliente. ¿Cuántos años lleva tocando la misma melodía? Los suficientes para aprender a tocarla de una maldita vez, digo yo. Los mismos que llevo saliendo a esta polvorienta calle, con el revólver colgado al cinto.
Quizás sea hoy el día que Frank me tome las medidas. Para el ataúd. Supongo que teme que llegue ese momento. Sin mí, ¿quién le proveerá de clientes? ¿De qué vivirá un enterrador aquí, sin un viejo pistolero que atraiga a los jóvenes hambrientos de gloria? Sin estos idiotas que llegan soñando acabar con mi leyenda y forjar así la suya propia, ¿para qué un Saloon? ¿Los caballos de quién calzará el herrero? ¿Qué hará con la munición el armero?
Pero ellos no saben que el whisky que han bebido en el Saloon está emponzoñado, que la munición que adquirieron al llegar es defectuosa y que, oculto tras el mejicano, a su espalda, Frank apunta con su Winchester.
Mi mano tiembla al sostener el revólver, me duelen los huesos y mi vista ya no es lo que era.
Que alguien me ayude.
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