martes, 30 de enero de 2018
259. EL ULTIMO PECADO, de Alex González
En cuanto puse el primer pie fuera del prostíbulo un escalofrío me caló hasta los huesos. Corrí hacia casa como si no hubiera mañana, abrí la puerta, subí las escaleras y al entrar en la habitación pude ver cómo las gotas de sangre caían por la pared. Ahí estaba él, muerto delante de mis narices. Maldita lujuria, pensé, golpeándome a mí mismo en la cabeza. Tras horas de negación y un arrollador sentimiento de culpabilidad y tristeza, reuní el valor suficiente como para coger el cuerpo y bajarlo al jardín. Cuando estaba ya culminando el entierro, escuché cómo el sinvergüenza de mi vecino le preguntaba a su esposa: «¿Qué narices hace el loco de Dorian enterrando un cuadro?».
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