Detenido ante dos puertas y me cuesta trabajo elegir. Detrás de la primara puerta, un amor celeste y una luz cálida que te roba el alma, encandilándola y encauzándola hacia los caminos del señor que comienzan con sacrificios y acaban en la gloria desdibujada, como la gota en el mar.
Detrás de la segunda, se aprecia la luz tenue de una lámpara de aceite y la sombre centelleante de una mujer hermosa, dulce y tierna, muñeca de porcelana, vestida de negro; a veces es niña y otras veces, mujer.
El amor celeste, es un amor incondicional, intangible y espiritual, mientras que mi amor por ella, es un amor más fuerte que la luz que brilla en el horizonte, un amor terrenal eterno y atemporal.
¡Sal, querida Pepita, quítate el vestido negro, cásate conmigo en el nombre del señor! Yo también renunciaré al traje negro y a los alzacuellos. ¡Perdóname Dios!, soy tu devoto, pero el amor de Pepita es un sacrificio más allá de lo que yo puedo tolerar y nuestra boda, por un todo poderoso, seguramente, no será un duelo.
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