–¡Ay Mario! No sabes cómo agotan tantos abrazos; lágrimas; condolencias vacías y frases manidas: que si “no somos nadie... “, y todos esos tópicos ¡Alégrate, jamás pasarás por nada igual¡ –Juana se dirige a la foto colocada sobre la tapa del féretro cerrado.
–Me dejan unos minutos para que te despida, los últimos que pasaremos juntos –sollozando se gira hacia el cristal y cierras las cortina–. Ahora sí que estamos a solas. Y no quiero que te lleven sin decirte algunas cosas –suspira profundamente.
–Siempre supe lo de Paquita. Te aguanté por los hijos. Esta tarde, cuando me dio el pésame (muy compungida ella) le respondí: “Igualmente, zorra!” ¡Qué liberación! ¡Si hubieras visto su cara…! –Juana se tapa la boca para ahogar una carcajada.
–Tampoco esto te va a gustar, lo siento querido: conociendo lo mucho que te horrorizan los quirófanos he donado tus órganos; el resto será incinerado…, por aquello de tu fobia al fuego...
Así son las cosas, Mario. ¡Ahora mando yo! –Con la mirada fija en el retrato del difunto, Juana hace un corte de mangas antes de recomponer el gesto de viuda doliente y salir del túmulo envuelta en llanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.