Su añoranza quema la piel, como la lumbre.
Aquella víspera... La luna menguante a sotavento…
Entre las brumas, un pequeño pueblo encalado relucía sobre los farallones de las piedras.
No reconocí el presagio… Hasta que las trenzas del mar saltaron en el aire.
El golpe de mar rebasó la batayola, y yo miré a lo lejos, perplejo ante la furia de aquel oleaje, surgiendo de la nada.
Y de la nada surgió ella.
Su piel cintilaba, el mismo halo de la luna, abrazándola.
Las sortijas de su melena jugueteaban trémulas, caracoleando sobre el cuello.
Candelas que arden, bajo el fuego de sus ojos…
“¡Ya se ve Algeciras!”
La voz del contramaestre rompió el éxtasis de su mirada, y en la distancia, la figura de la musa comenzó a velarse entre la niebla…
Jamás volví a verla.
Aunque la esperanza de mi pecho retorna a la misma batayola, cada luna, persiguiendo un anhelo que nunca llega.
Unas pocas palabras vertidas al viento… Una historia que cuentan mis labios… Siempre la misma historia.
Al rayar el alba, la plegaria habrá sido ignorada.
Efímeros versos deshaciéndose en la sal de un mar vacío para mí…
Siempre otro mar. Siempre lejos de ella.
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