Nunca había visto unos ojos tan cerca. Ni esa expresión en la mirada. Sí he sentido el miedo reflejado en mi acero y la humillación en mi hoja. Incluso la muerte. También la admiración.
El destino me llevó a las manos del noble Bouteville. Ocupé un lugar preferente en su vida. Deslizaba sus dedos por el metal en una caricia interminable. Sus ojos destilaban pasión cuando me observaba. Era un maestro de la seducción. Y del arte de la espada. Las mujeres le amaban, ellos le temían.
Cuestiones de honor. Allí estaba yo para restituirlo. Una herida, menos grave que la ofensa sufrida por el combatiente, firmaba el final del agravio. Estaba caliente, sí, no puedo olvidar la sangre envolviendo mis afiladas hojas. Y el olor, aroma de muerte.
Aquel amanecer en Pré-aux-Clercs inicié un largo sueño. Mi punta ni siquiera le alcanzó, no le dio tiempo. Golpe certero. Sobre el campo de honor la sangre de mi señor. Duelo mortal.
Ha pasado mucho tiempo, casi había olvidado cuántas pasiones despierta el brillo del metal.
—Mamá, es una espada de verdad —gritaba el pequeño acercándose a la vitrina. Sus ojos estaban tan cerca de mí que reconocí su sorpresa.
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