“Que tengas una hora cortica” le desearon a Carmen vecinas, amigas y allegados, cada vez que se encontró en el trance de alumbrar una nueva vida.
Una hora corta: un tiempo leve y amable, para que el tránsito por el túnel del dolor, inevitable pero esperanzado, fuese llevadero y sencillo. Al fin y al cabo, el gozo y la ternura que el hijo traía consigo iba a compensarle de todo lo demás.
Han pasado muchos años y Carmen ha recorrido muchos caminos; ha visto muchas cosas; también ha llorado y ha reído muchas veces; ha perdido a seres queridos y ha gozado de las risas y caricias de los nietos…: Carmen ha vivido.
Hoy se enfrenta al tránsito por ese túnel donde reina la incertidumbre y las preguntas sin respuesta. “Que tenga una hora cortica”, les dicen unos y otros a los seres queridos que la acompañan en el adiós. Pero todos tienen la dolorosa certeza de que esta vez no hay alumbramiento gozoso, sólo se trata de invocar a la suerte para que el último camino sea lo menos traumático posible.
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