Lo de Álvaro y Catalina fue amor a primera vista, cuando el padre del muchacho se casó de nuevo al enviudar. A palacio llegó la condesa de Medina con su hija. Los dos jóvenes vivieron su romance entre las paredes del palacio. Ninguno descuidaba sus quehaceres propios de su sexo… pero ambos compartían una afición: los duelos.
Catalina era una experta espadachín. Lo aprendió de su padre y nunca lo contó a nadie. Se hacía llamar don Rodrigo “El Galo”. Tan solo necesitaba una ropa ceñida, una capa y un sombrero.
Una noche, fatídica, se encontraron ambos amantes en una disputa. Sus ojos se delataron, pues los dos se reconocieron al instante. Sin embargo, nada pudieron hacer para evitar el duelo.
-Elijo la espada –dijo ella.
-Pues así sea –dijo él.
Y comenzó una lucha que ninguno de los dos quiso detener… El filo de la espada se hundió en el pecho de don Álvaro ante un desgarrador suspiro de doña Catalina.
Al final, pudo más el orgullo que el amor…
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