Mi padre criaba palomas. Es verdad. Pintaba sus alas de color verde y rojo para distinguir cuales eran las suyas. Yo no entendía muy bien porqué, ya que ellas solitas regresaban a la casa de madera que les había construido y desde el patio no se distinguían los colores.
La “Poli” fue el primer pastor alemán que tuvo. Cuando pensábamos que el “Moro” la había preñado, resultó ser un tumor que le deformó todo el cuerpo. Recuerdo que, cuando ya no podía ni andar, se arrastraba con las patas de alante hasta la puerta de la casa, con su carita de pena, llena de amor y ganas de vivir.
Un día, mi padre la llevó a un descampado y la sacrificó. Un amigo que le acompañaba aseguró que el pobre hombre tenía los ojos inundados de lágrimas. Yo nunca le vi llorar.
Cuando mi padre murió, no sé qué fue de las palomas con las alas de colores.
¿Lloran las palomas? ¿Lloré yo?
Nunca he visto a ninguna paloma llorar.
Nadie vio si lloré o no.
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