lunes, 19 de marzo de 2018




FINALISTAS del II Certamen LA REDONDA TE CUENTA



28. Mosquetero abofeteado, de Andrés Fornells

85, Duelo nocturno, de Ana Pedrera

114, Último disparo, de César Alonso

257, Don Luis, de Luis San José

269 Otra y una, de Patricia Collazo



Estos 5 relatos finalistas serán representados, y uno de ellos será declarado ganador del concurso en la gala de entrega de premios del próximo 24 de marzo.

martes, 13 de marzo de 2018

 
 
 
 
Muchas  garcias por vuestra participación.
 
Este el listado completo de los relatos que serán publicados en la edición de 2018. De aqui saldrán
los 6 relatos finalistas que serán representados, y uno de ellos será declarado ganador del concurso en la gala de entrega de premios del próximo 24 de marzo de 2018.
 
 
7, Duelo por un difunto, Rocio Álvarez

14, Final, Alejandra Neira

25, Tres son multitud, Rufino García

28. Mosquetero abofeteado de Andres Fornells

29 Apnea, de Alberto Palacios

30, Pecado capital, Sara Medina

44, Ahora que lo pienso, Jose Luis Chaparro

59, Sobrevivientes, Rafa Olivares

70. Llego, vio vencio de Rosa Mª Garcia  

73, Esperando, Jose Carlos Amado

81, Duelo y génesis, Ana Fúster

85, Duelo nocturno, Ana Pedrera

100. Doble o nada, de Laura Reinón

103 Mi hermano, de Paloma Casado

106, Tocar a muerto, Dominique Vernay

114, Último disparo, César Alonso

124. Duelo al sol, de Jesus Frances

131, Súplica desesperda, Ana Isabel Rodríguez

132, Plañideras, Miguel Ángel Moreno

174. Viudas de Sánchez, de Belén Sáenz

238, Lázaro, Carlos Robledo

257, Don Luis, Luis San José

258, Paciencia, de Santiago Eximeno

269 Otra y una, de Patricia Collazo

316, Inventario, Reyes Libreros

333, Viva Las Vegas, Juancho Plaza

334, Caso cerrado, Alberto Musy

337, La nariz, Lola Sanabria

338, La mujer de Schrodinger, Raul Clavero

348, Tres duelos y una chaqueta a rayas, Ramon Ferreres
 
   
Todos los relatos seleccionados recibirán dos ejemplares de la edición impresa.
 

miércoles, 31 de enero de 2018

FINALIZADO EL PLAZO DE RECEPCIÓN

GRACIAS POR TANTO DUELO

El jurado inicia el suyo propio

356. EL DEL ESPEJO, de Jennifer Moliner

Hijo del capitalismo me llamaron, esas palabras se marcaron a fuego en mi carne, me vi en tercera persona en aquel momento y la descripción que daba de mi mismo era paupérrima, recuerdo haber pensado que estaba tan metido en las redes sociales en el móvil, que no recordaba lo que es el cariño, la nacesidad de un abrazo, mientras otros tienen una teta en la mano, yo qué tengo, un raton o el movil, eso me deprimio, nadie me había enseñado a vivir, el único referente que he tenido es mi gato chester, porque el disfruta el amanecer, mira películas, vive de una forma favorable, no me reconozco, no reconozco la figura del espejo, dicen que los esquizofrénicos pueden ver a traves de los espejos, eso es algo maravilloso, esto es un anidos a todo lo relacionado con internet un abrazo muy fuerte.

355. D.E.P. ABUELA QUERIDA, de Silvia García

No sabría donde se inicio la partida, quería verte y volví aquella residencia como de costumbre, cada domingo y cualquier día.
Pero esta vez llegaba tarde, no pudimos rezar, despedirnos lo hicimos muchas veces, cuando en ocasiones la muerte te increpaba. Y la noticia se amontonaba en la mente y el corazón maniatado ante la evidencia de tal fisura. Extasiado el sentido de la conciencia. La verdad atragantada en el gaznate, asimilar lo inevitable. ¿Quién puede remediar el inicio? ¿ Y esquivar el tránsito?
La pérdida va dejando una cicatriz.¿ Duele más perder a alguien que nunca más volverás a ver? ¿O el saber que existe aún en una cavidad abierta de tu ser? ¿Es tal vez la tristeza duelo de la depresión? Ó viceversa.
Empatía ante un sufrimiento continúo. El recuerdo es una tortura mortificante y el reto de aceptar una realidad distorsionada. Y vas ahogándote en un mar de lágrimas que brotan como un océano enfurecido. El consuelo rehúye ante el desconocido, el ánimo es perverso con uno mismo, intentas retomar el vuelo entre el día a día, envuelto entre tonos negros con matices grises. La compañía ayuda pero no lo suficiente para paliar con descanso y alivio.

354. LA COSTUMBRE, de Raúl Clavero

Desde hace unos meses mi abuelo se sienta cada noche a los pies de mi cama y, durante horas, me cuenta con entusiasmo todos los detalles de su duelo a muerte con Tim Cassidy. Por más que le pido que deje de hacerlo, que ya me sé su historia y que necesito descansar, él regresa una y otra vez a mi dormitorio en cuanto el sol se pone sobre el horizonte. Me da cierta lástima, pero si no se marcha en unas semanas le diré la verdad: que nunca fue un gran pistolero, como él recuerda, sino un granjero humilde, que la abuela jamás llegó a perdonarle que se presentara en aquel duelo, y que de los dos fue Tim Cassidy quien siguió vivo.

353. FANTASÍA DESTRUCTIVA, de Armando J. Sierralaya

-¡¿Nunca lastimaste a nadie?!- fisicamente hablando- ¿nunca le pegaste a nadie? ¿Nunca cortaste con un cuchillo a alguien? ¿Nunca le pegaste un tiro a nadie? ¿ nunca le metiste una soga al cuello a alguien?
Unos segundos de silencio dice a continuación serenamente.
- ¿ nunca sentiste uno de esos placeres? Porque para el que tiene violencia estas fantasías son un placer. Tienes ganas de que te toque un hombre, ocultas esa homosexualidad latente con la violencia y al final eso te pasará factura.
Dio otra pausa, y dijo.
-Es por esto que estás durmiendo en un coche, tu fantasia destructiva ha apartado a la gente de ti.
El otro hombre se levanta y dice.
- a nadie quiero lastimar, además es usted muy afeminado.
Riéndose caminó hacía la puerta y se retiró.

352. JOVEN GUERRERO, de Armando J. Sierralaya

Mientras se acercaba con su capa enrollada al cuello, tan larga que rosaba el suelo lleno de petalos de rosas, la gente gritaba maravillada por su presencia, yo aún siendo su rival, asombrado por la presentación de aquel joven, me sentí como uno más del público, desenvaine mi estaba, en posicion de ataque, confiado mire a los rostros ajenos de aquel tumulto que nos rodeaban, Menosprecie a mi oponente antes de tiempo, retome la mirada en él por sonido de su capa togando el suelo, ese golpe sordo me asustó; tan pequeño cuerpo, tan cicatrices de sorprendentes tamaños, mis pensamientos se volvieron palabras.
-Oh joven guerrero, ¿de donde nacieron tus grandes habilidades?.
Elévate alto joven guerrero, que al igual que un ave vuela por sus plumas, son tus cicatrices las que te elevaran hacia el cielo.
Y unos instantes después pusieron mi cuerpo encima de una cama de madera ya consumida, cubierto con unas mantas dí mi último aliento.
Es asi como termina la historia del hombre que murio a manos del joven guerrero

351. NUBES, de Alberto Musy

Conscientes de la distancia que les separa, pero incuestionables en su tenacidad, corazones voluptuosos y oscurecidos desatarán nuevas lluvias que puedan besar a las criaturas amadas, pero muchas de ellas usarán, cuando los besos ya estén cerca, modernas defensas para evitar el contacto. Aquellos que jamás se dejan besar, los más deseados, blandirán sus artefactos y se ocultarán bajo sus faldas. No siempre fue así. No siempre hubo paraguas.

350. TENSIÓN, de Ruben Cabezas

Una gota de sudor surcó su frente para ir a morir a sus cejas. El pulso acelerado, molestias en la boca del estomago y un ligero temblor en la mano derecha con la que empuñaba el arma eran síntomas que conocía bien y siempre se repetían. Y eso a pesar de haber participado ya en decenas de duelos.

Miro a su oponente, sonreía entre nervioso y desafiante ante el trance que les esperaba. En unos minutos solo quedaría uno de ellos.

Entonces se ajustó la gorra de béisbol, movió las piernas al ritmo del beat, cogió el micrófono con la mano izquierda y empezó a encadenar punchlines, como un Cyrano de Bergerac contemporáneo, con una cadencia de flow nunca vista hasta entonces a un MC en las batallas de gallos del barrio…

349. TREGUA PERPETUA, de Elisa Sánchez

La ventana abierta dejaba al descubierto la habitación donde Galindo, hele allí sentado, ataviado con albornoz y babuchas, jugaba al ajedrez.
Batallaba una guerra personal, cual dos caballeros que blanden sus espadas aún siendo de un mismo bando. Mas aquí los algoritmos y la destreza, mezclados a sorbos de vino, arbitraban una justa de lances mentales consigo mismo.
¿Dónde estás mi contrincante, amigo? ¿Cuán lejos quedaron aquellas tardes de movimientos difíciles de adivinar en partidas que despedían el día?
Cansado me hallo de treguas pactadas intencionadamente. Las victorias reflejadas en mi derrota. Y sin embargo, esperando siempre el jaque.
Como respuesta, un leve balanceo de la cortina, un viento mudo que recorre la casa.
Y en la mesa un plato de duelos y quebrantos.

348. TRES DUELOS Y UNA CHAQUETA A RAYAS, de Ramón Ferreres

La afligida viuda decidió guardar riguroso luto durante un año. Sabía que ya no se estilaba, pero su marido bien lo merecía, por su ejemplar comportamiento, por su apoyo incondicional y, especialmente, por Carlos, aquel maravilloso hijo fruto de su amor. En cambio, el joven siguió adelante con su vida: los amigos, su nueva novia, la universidad. Su padre no merecía una sola lágrima. Su duelo apenas duró un instante. No iba a perdonarle jamás que tuviese una amante. Esta, tan apenada como la esposa, decidió revelarle a su hija la identidad de su padre. Le habló de él, de lo imposible de su relación al ser un hombre casado, de cuánto las quería a ambas y de cómo la vio crecer a través de infinidad de fotografías. La joven, algo intranquila, quiso poner rostro a su padre. Conmovida, su madre le mostró una instantánea de ambos. Le costó reconocer a su madre, tan joven, pero enseguida reconoció a aquel hombre con una inconfundible chaqueta a rayas. La misma del retrato familiar que presidía el salón de casa de Carlos, su nuevo novio.

347. FRIOLERO, de Elena Bethencourt

Te rodeo con mis brazos para darte calor en esta gélida noche de marzo. Primero lo intento con el calor de mis besos, después con el aliento, pero no consigo que aumente tu temperatura. Luego, desesperada, te cubro con mantas y con mi propio cuerpo pero tú sigues muerto de frío. La chimenea está encendida y el calor se vuelve insoportable en la sala. El sudor de todos los presentes encuentra los mismos caminos que el llanto en este duelo. Sin embargo, tú, hijo mío, estás frío como un muerto… El crematorio mañana es la única esperanza que me queda.

346. LIMPIEZA, de Pablo Escobedo

El joven dudaba si habría sido mejor decantarse por las pistolas. La escasa fiabilidad de aquellos modernos aparatos no le inquietaba tanto como la idea de que su honor estuviera supeditado a su pericia como esgrimista.

Sin embargo, ahí se hallaba, frente al sargento. Los metales, pulcros y afilados como los utensilios de una cena de gala, pero dispuestos para un propósito bastante más obtuso.

Todo sucedió rápidamente; dos embestidas en punta que el joven pudo a duras penas repeler. Un feroz mandoble que desarticulaba su defensa en quinta y después silencio.

Se fijó en el oficial limpiando la punta de su espada, gesto que parecía un acostumbrado trámite. Hasta que no observó la sangre manando de su abdomen no le fallaron las piernas. Durante aquellos momentos, descubrió que la vida no pasaba ante sus ojos, sino que huía de ellos. Y que también era falso aquello de que los músculos se contraen alrededor del arma, alrededor de la vida. La espada salió con la misma discreción con la que había entrado. Con la misma facilidad con la que una mirada inoportuna se convertía en un asunto de honor. Con la que una espada era limpiada pero nunca terminaba limpia.

345. DUELOS QUE NO DUELEN TANTO, de Mª Pilar Muñoz

Llevas sin cogerme las llamadas un tiempo, supongo que sabes que se avecina la tormenta.

La verdad es que no ha sido nada fácil tomar esta decisión. Al menos he tenido la poca decencia, que en ti ha brillado por su ausencia, de decidir hacerte pasar este mal trago en fin de semana para que pudieras digerirlo sin que interfiriese en tu cotidianidad, porque sé que te encantaría usarme de excusa para tus futuros errores y no te voy a dar esa satisfacción.

No ha pasado de la noche a la mañana ¿sabes? Ha sido una lucha constante entre lo mal que me has tratado últimamente y la buena memoria de ti que aún me resistía a aceptar que era más que idealizada. Ahí me declaro culpable.
Has minado mi espíritu poco a poco hasta hacerlo tan maleable como arcilla a tu voluntad. Tu no quieres, sometes.

Es fácil hacerse el valiente cuando eres el único que cree tener un arma, y ahora que sabes que tengo un arsenal y un orgullo recién encontrado, te escondes.

Al final resulta que el duelo no duele tanto cuando ya no tienes miedo a perder.

344. ROMEO AND JULIET, de Jose Manuel Escribano

¿Se puede morir de amor? Les pregunté entre vasos de vino.
Se miraron a los ojos sin saber qué contestar.

343. LAS PALOMAS Y LA POLI, de Jose Manuel Escribano

Mi padre criaba palomas. Es verdad. Pintaba sus alas de color verde y rojo para distinguir cuales eran las suyas. Yo no entendía muy bien porqué, ya que ellas solitas regresaban a la casa de madera que les había construido y desde el patio no se distinguían los colores.
La “Poli” fue el primer pastor alemán que tuvo. Cuando pensábamos que el “Moro” la había preñado, resultó ser un tumor que le deformó todo el cuerpo. Recuerdo que, cuando ya no podía ni andar, se arrastraba con las patas de alante hasta la puerta de la casa, con su carita de pena, llena de amor y ganas de vivir.
Un día, mi padre la llevó a un descampado y la sacrificó. Un amigo que le acompañaba aseguró que el pobre hombre tenía los ojos inundados de lágrimas. Yo nunca le vi llorar.
Cuando mi padre murió, no sé qué fue de las palomas con las alas de colores.
¿Lloran las palomas? ¿Lloré yo?
Nunca he visto a ninguna paloma llorar.
Nadie vio si lloré o no.

342. LA ESPECTADORA PROTAGONISTA, de Aida Montalvo

Los asientos son de un rojo corinto con aire valentón. La espectadora no va disfrazada para la ocasión, ya que escogió la ropa más cómoda del armario que no corresponde con la elegancia plasmada en cada rincón de la sala. Lo que se podría destacar de ella, sin generalidades banales, sería la pulsera de oro blanco robada. En esa sala diminuta, o extensa, dependiendo del ángulo en que se observe, no hay ningún alma más.

La obra da comienzo y la tragedia inunda el escenario. Un espejo y una mujer idéntica a la oyente, pero con una delgadez mortuoria. La ropa al igual que su fisonomía, parecía una copia al óleo de baja calidad. El espejo suponía una prolongación de sus extremidades carnosas, pero su sangre parecía haber huido frente al escarnio. La mujer, en su versión pálida y angosta, a punto de desfallecer, acaricia sonriente la pulsera, brillante, y un temblor le recorre la espina dorsal hasta perecer. Sin embargo, su reflejo en el espejo se bate en duelo con la muerte, exhibiéndose erguido, bello y latente.

La pulsera robada se despeña hacía el vacío, arde la muñeca, y las entrañas.

341. DUELO SILENCIOSO, de Aida Montalvo

La cama helaba la piel fina de Berto, que acunaba a su nieto. La pulsera de papel indestructible que adornaba su muñeca rozó levemente el ojo del bebé, lo que ocasionó un llanto breve, el suficiente para que Berto le devolviese al pequeño a su hijo. Este masculló unas palabras tiernas, pero Berto ya se había dado la vuelta, dejando al aire parte de su venosa pierna.

La Vida, así le gustaba que la llamasen, se mantenía en el lado derecho del enrejado de metal. Era cuidadosa en sus palabras, pero con el paso del tiempo envejecía y menguaba. Siempre había compartido con Berto la intimidad de las lágrimas, sus alegrías y los huracanes de sus decisiones. Aunque no lo admitiesen, eran reticentes a acariciar la posibilidad de que alguien les vigilase. Berto siempre fue un hombre anclado a las raíces del campo, y La Vida, inseparable, intentó vendarle sus ojos aceituna. Un día Berto, notó clarear su sombra y un dolor punzante arreció con violencia su pecho. El médico bajó la mirada, sentenciando un pésame, eximido de palabras.
Entonces La Muerte, tímida y ligeramente oscura, se presentó. Ahora ella duerme en su lado izquierdo, velándole.

340. FIN, de Karel Gabriel Jara

Es de noche. Otro día más de vida. Camino por los pasillos, llenos de una inmensa soledad, soledad que se ha convertido en mi hogar. Rozo mi mano contra la pared, con suavidad, acariciándola. Escucho esos susurros… Quizás llevo demasiado tiempo oyéndolos.
Salgo fuera, quiero ver el mar. Quiero su calma. En el cielo se proyecta una luna nueva, un punto negro que resalta en la obscuridad. Llego, me siento. Observo la vastedad del océano. Escucho el rumor de las olas. Me relaja… Pero sigo oyendo ese murmullo. Ese murmullo que me extorsiona diariamente. Que no me deja en paz, que parece no tener fin. No puedo más. No puedo seguir adelante con este recuerdo. No puedo seguir viviendo. No puedo ser sin ti. Tomo aire, tomo consciencia de lo que va a pasar a continuación, de lo que estoy a punto de hacer. No puedo evitar sentir miedo. Pero así lo he decidido. Me dejo caer. Mientras me acerco a mi muerte, pienso en ti. En lo bella que eras, en lo perf...

339. EL DUELO JUDICIAL, de Miguel Bravo

Hace mucho tiempo, en un lejano país cuyo nombre no consigo recordar (imaginemos que se trata de uno de esos reinos olvidados de la literatura fantástica), dos hombres se personaron ante el juez de la comarca para que este dirimiera sobre un pleito de tierras por el que estaban enemistados. Uno de los hombres era joven y fuerte, tanto que era capaz de tumbar una mula de un solo manotazo. El otro era un anciano, y estaba debilitado por los achaques propios de la edad y de una vida dura y laboriosa. El hombre joven era quien llevaba razón en su demanda; pero esto nadie lo sabía, a excepción de su enemigo. El juez, para salir de dudas, resolvió que se batieran a muerte. Al vencedor se le daría la razón y, por consiguiente, las tierras; pues era lógico suponer que el Todopoderoso habría de ponerse de parte del hombre honesto.
Ambos hombres lucharon armados con duros bastones. Gracias a un golpe de suerte, el anciano rufián ganó el combate. Y dicha victoria pareció tan milagrosa al pueblo que, desde entonces, ya nadie se atrevió a poner en duda la fiabilidad de aquel procedimiento ni las sabias decisiones del juez.

338. LA MUJER DE SCHRODINGER, de Raúl Clavero

Cuando abrí la caja, el gato ya estaba muerto. Mi mujer, sin embargo, lo tomó entre sus manos, y comenzó a jugar con él. Una broma macabra, o algún modo extraño de atravesar su duelo, supuse, pero en los días sucesivos insistió en comportarse como si nuestro gato siguiera vivo. Le llenaba su cuenco, le cortaba las uñas, e incluso, mientras leía en el sofá, lo sentaba sobre su regazo. Yo veía como le pasaba los dedos por el lomo, llevándose en cada caricia mechones de pelo, o trozos de carne, sabedor de que aquella repulsión creciente que sentía hacia mi esposa terminaría por empujarme a abandonarla.
-¿Por qué haces esto?- exploté una tarde-, está muerto, ¿entiendes? ¡Muerto!
Me miró como si le hablara en un idioma inexistente, y sólo dijo:
-Das pena.
El caso es que ella tenia razón. El aspecto de mi mujer mejoraba, ya no se le intuía la tragedia en cada gesto, y yo, por el contrario, estaba más delgado, más pálido, más ojeroso. Quién sabe, pensé, quizá en ese universo paralelo de mi esposa es todo más sencillo. Hoy he decidido comprobarlo. Iré al cementerio, hace tiempo que no visito la tumba de nuestro hijo.

337. LA NARIZ, de Lola Sanabria

Mamá se fue la madrugada del dos de noviembre, pero ella no lo sabe. Me busca a cualquier hora del día o de la noche para hablarme de la abuela que murió hace años, del paso del tiempo, de la vejez y de la enfermedad a las que ha temido toda su vida. Está transcendente, aunque no por eso deja de cocinar, planchar, poner la lavadora y ver las telenovelas. Yo no tengo ganas de hacer nada. Aún no he superado la pérdida.
Mamá ha sido muy guapa desde niña, y la nariz siempre fue su mayor orgullo. Perfecta como la de Cleopatra, aunque Cleopatra no tenía una nariz tan recta. Yo retiro los espejos a su paso. Cubro el de la entrada con una sábana, el del cuarto de baño con un pañuelo. Todo para que no vea que su nariz, su hermosa nariz, ha comenzado a descomponerse. Todo para retardar el momento aterrador en que se dará cuenta de que está muerta.

336. OJO QUE NO VE, CORAZÓN QUE SIENTE, de Frank Jakob

Odiseo liberó a sus compañeros que estaban atados al vientre de las ovejas de Polifemo. El monstruoso cíclope ya no podía ver al héroe de Troya, quien antes le había clavado en su ojo una estaca.
Una vez a bordo de la nave, el muy astuto Odiseo gritó a Polifemo: “¡No te hirió Nadie, sino Odiseo!”.
Polifemo se desesperó: “¡Ya me lo vaticinó Telemo!”
Odiseo declaró: “Alabado sea Telemo, cíclope vidente, y benditos sean los que, como él, son sabios y generosos.”
Polifemo exclamó: “¿Por qué no me mataste? ¿Por qué la estaca en mi corazón no clavaste?”
Odiseo replicó: “Los cíclopes sois grandes y fuertes, contra vuestro poder nada pueden hacer los hombres. Nosotros dos ojos tenemos: uno para ver desde nuestra perspectiva y otro para ver desde la de los demás. Pero los dioses, de un solo ojo a los cíclopes dotaron, para que sólo del segundo modo lo usaran y así fueran justos allá donde gobernaran, reconciliando enemistades y sembrando la paz. Pero tú, Polifemo, sólo por tu bien mirabas, los caprichos de tu ego saciabas, por esta razón la estaca en tu ojo clavé, pues privándote de tu poder, la muerte ya no era menester.”

335. LA AUSENCIA, de Yolanda Fouce

El duelo se hizo esperar. Se disfrazó de coraje y entereza. Se escondió entre los amorosos cuidados a una madre que se convertía en viuda y a unos hermanos ahora huérfanos como ella. Las lágrimas permanecían en su interior mientras secaba las ajenas. La ausencia la iba rompiendo, aunque nadie lo percibió. El dolor silencioso creció en intensidad día tras día, alimentándose de su cobardía y su generosidad a partes iguales. Al calmarse las aguas de la muerte paterna, las lágrimas estaban ya secas, al igual que el alma que decidió rendirse agotada. Hoy el duelo es por ella y el dolor de otros.

334. CASO CERRADO, de Alberto Musy

Me comunican por la emisora que se han hallado restos de semen en la zona perineal del joven cadáver y están procediendo a su identificación en el laboratorio. Presiono el botón ‘colgar’ de mi dispositivo SirDee y coloco nuevamente mi mano izquierda en el volante. Activo las luces de emergencia. Cierro las manos sobre el volante, giro levemente las muñecas y el automóvil se desplaza hacia la derecha con suavidad, primero al arcén y después a la cuneta. Estaciono el vehículo sobre una superficie de tierra seca y quebrada, con restos de vegetación muerta. Giro la llave y el motor se para. Con los dedos de mi mano derecha suelto la hebilla del cinturón de seguridad que vuela hasta su posición de descanso. Extiendo el brazo y presiono las teclas para abrir la tapa de la guantera. Extraigo la Star modelo 1920 de 9mm y apoyo el cañón en mi sotabarba. Aprieto el gatillo.

333. VIVA LAS VEGAS, de Juancho Plaza

El traje de Elvis le quedaba algo estrecho, pero era su última voluntad y no íbamos a contrariarlo ahora que estaba muerto. Había dejado escrito que corriera la cerveza y que durante el funeral no dejara de sonar el Return To Sender. Creo que de alguna manera confiaba en volver a estar vivo, bien como el perro guardián de algún casino, bien como el director del mejor club de Las Vegas. Lo de las croquetas fue idea de mamá, doscientas croquetas de jamón, sus favoritas. El tupé perfecto, a pesar del pelo blanco y escaso que aún conservaba. Haber descubierto a este peluquero fue su mejor legado. Dejó bien claro que no quería lágrimas ni lamentos y que solo descansaría en paz si bailábamos su canción favorita. Los del tanatorio se pusieron un poco tiquismiquis con lo de la música, pero lo arreglamos con dinero y buenas palabras. Cuando mejor lo estábamos pasando, aparecieron, gimoteando en inglés y abriéndose paso hasta la vitrina que guardaba el ataúd, aquella mujer con el aspecto de una Ann-Margret envejecida y aquel mocoso vestido de Elvis. Tendría los mismos años que su último viaje a Las Vegas y ostentaba un delator aire de familia.

332. TENTATIVA DE DUELO, de Iker Pedrosa

Tras mucho caminar se detuvo, alzó la cabeza y vio el desierto. Se adentró en él decidido y caminó durante largo tiempo. ¿Y, ahora, qué?, se dijo. Ahora esperaré, meditaré y ayunaré. De pronto apareció Satán vestido de colegiala. ¿Qué quieres de mí? Concederte un deseo a cambio de tu alma. Tras reflexionar un rato, Jesús eligió poseer un reino. Eligió poseer riquezas, poder y gloria. Eligió subyugar a Roma, la soberbia, invasora impenitente. Y no le llevó mucho tiempo a Satán cumplir con su parte del trato. Y Jesús y sus acólitos consiguieron Roma y, con Roma, el mundo.
- Por cierto, ¿de qué vas vestido?
- ¿Y tú?

331. EN PERMANENTE LID, de Iker Pedrosa

No se demoró en la pereza - como tampoco lo hizo, para admiración de la tropa, en las guerras contra Esparta - ni acosó dialécticamente a demasiada gente del camino. Llegó al Oráculo, donde vio lo que tenía que ver. Despreocupado, se propuso vivir. Ser como nunca antes por siempre, y a cada instante. Vivir para que la muerte le hallara con vida. Se dijo: “Camina, caminante, camina. A la verdad se llega con los pies por delante”.
Acabada la conversación dio, complacido, un sorbo a su copa.

330. MIRADAS EN DUELO, de Daniel Borrego

Un imperceptible rayo de luz se coló entre sus miradas para iluminar la despedida. No hubo palabras, tan solo ojos frente a frente diciéndolo todo. Ella le dijo que lamentaba tanto reproche gratuito, tanta insistencia en regañarle por aquellas pequeñas cosas que la mataban. Él, vencido e impotente, quiso arrogarse toda la culpa. Era consciente de su dejadez y no sabía cómo tanta desidia había vencido a la pasión que un día tuvieron…porque hubo un día que los nervios…los bonitos, imperaban todo. Una sonrisilla se les escapó furtiva…vergonzosa. Estaban recordando cuando él removía cielo y tierra para hurtarle a escondidas el coche a su padre para recorrer mundo: un mundo no muy lejano pero para ellos inmenso. En un suspiro vieron atardeceres, lunas y amaneceres, juntitos, sin necesidad de palabras, tan solo miradas en duelo. El coche, maldito coche, se sumergió lentamente impulsado por el agua mientras unas furtivas lágrimas lo inundaron todo.

329. LUCES Y SOMBRAS, de David Marquina

El hombre mira a la mujer sin temblar ésta vez. Le recuerda esas líneas de Bodas de Sangre donde La Madre, al ver llegar a su hijo muerto en el duelo con Leonardo, se refiere nuevamente a un cuchillito como a un objeto demasiado pequeño e insignificante para dar muerte como lo hace. Están de pie en el parque y es muy tarde en la noche. Ninguno de los dos piensa sentarse en ése banco donde se sentaron a hablar la primera tarde y donde, años después, decidieron casarse. Ella lo mira con el rostro desencajado. Repara en sus manos grandes, morenas, y no entiende cómo hasta hace nada esas mismas manos despertaban en ellas todas las ternuras y las pasiones todas. Ahora esas manos solo la hacen pensar en muerte y desesperanza. No entiende cómo ha podido. Él se da cuenta de su manera de mirarle, horrorizada. La mira fijamente, y es ella la que agacha la mirada. Entonces, con una voz muy baja, la mujer la pregunta que dónde lo escondió. Él le hace levantar el mentón para que sus ojos se encuentren y le responde: No lo maté. Le di las gracias por mostrarme quién eras. Huyó.

328. CUCHILLITO, de Oriana Martins

El hombre mira a la mujer sin temblar ésta vez. Le recuerda esas líneas de Bodas de Sangre donde La Madre, al ver llegar a su hijo muerto en el duelo con Leonardo, se refiere nuevamente a un cuchillito como a un objeto demasiado pequeño e insignificante para dar muerte como lo hace. Están de pie en el parque y es muy tarde en la noche. Ninguno de los dos piensa sentarse en ése banco donde se sentaron a hablar la primera tarde y donde, años después, decidieron casarse. Ella lo mira con el rostro desencajado. Repara en sus manos grandes, morenas, y no entiende cómo hasta hace nada esas mismas manos despertaban en ellas todas las ternuras y las pasiones todas. Ahora esas manos solo la hacen pensar en muerte y desesperanza. No entiende cómo ha podido. Él se da cuenta de su manera de mirarle, horrorizada. La mira fijamente, y es ella la que agacha la mirada. Entonces, con una voz muy baja, la mujer la pregunta que dónde lo escondió. Él le hace levantar el mentón para que sus ojos se encuentren y le responde: No lo maté. Le di las gracias por mostrarme quién eras. Huyó.

327. CÁNTICOS DESDE GROENLANDIA, de Luis Serrano

Todo está desenfocado: azul oscuro, blanco y negro; oscuridad eterna y luz vertiginosa. La tormenta de los deseos canta al son de la luna, brillante como siempre y siniestramente hermosa. Ilusos mis ojos que no pueden dejar de mirarla.
Las sonatas celestiales susurran mis oídos mientras el fulgor de la eternidad continua acechándome, temiendo que pronto exhalare mi último aliento. El frio se apodera de mí y los vientos glaciares comienzan a enterrarme. Estoy en la antesala del infierno, y mis fuerzas para seguir con vida se van apagando como una vela que se consume con el tiempo.
En cuestión de minutos pereceré. La montaña me ha vencido, perdiendo así la batalla de la vida. Todas mis extremidades están completamente heladas. El peligro que suponía este lugar, era algo tan efímero, que jamás pensé que lograría derrotarme.
En el ocaso de mi existencia, decido cantar una melodía rítmica, un réquiem boreal, mientras el cielo sigue estrellado y la luna cada vez más hermosa. De repente un rayo de luz cegador comienza a recorrer el firmamento, una estrella fugaz que llora ante mí, y sigo cantando, esbozando un deseo, deseando una melodía o un sueño desde Groenlandia.

326. DESDE QUE TE FUISTE, de Miguel Escudero

“Estoy de duelo”, me dijo. “¿Has perdido a algún ser querido?”, le pregunté. “No, voy a sacar la pistola y a dispararle a aquel tipo de enfrente”, contestó. Ella era así. No hacía ni tres semanas que se había muerto su marido y ya hacía bromas con ello. Esa misma noche terminamos en su cama. “¿Qué tal he estado?”, pregunté mientras me encendía el cigarrillo de después. “La pregunta es si has estado… Y aquí estabas, no te digo que no”, dijo ella al tiempo que me arrebataba el cigarrillo, le daba una calada y lo tiraba por la ventana. El día de nuestra boda me dejó plantado en el juzgado. Cuando se fueron los escasos invitados, apareció ella riéndose de mí. No me hizo ninguna gracia, pero estaba tan guapa que se me saltaron las lágrimas. Pensé que la había perdido para siempre y, sin embargo, se convirtió en mi esposa. La verdad es que disfrutaba haciéndome sufrir. Y la vida es tan aburrida sin sufrimiento.

325. EL DUELO ENTRE DON CARNAL Y DOÑA CUARESMA, de Mª Remedios Cuéllar

Se cuenta que durante el reinado de la Cuaresma hace mucho, mucho tiempo, tuvo lugar un singular duelo. El grasiento y maleducado don Carnal quiso corromper de una vez por todas ese breve periodo de oración y contemplación. Sin ser invitados y con intenciones de quedarse de forma definitiva, hicieron acto de presencia numerosas y jugosas carnes de matanza, excelentes vinos y como no, empalagosos dulces.
Sin piedad entraron en desigual duelo contra los asombrados pescados, las frescas frutas y las saludables verduras. El combate fue muy desigual. Los lacayos de don Carnal, les superaban en volumen, tenían mejor presencia y resultaban al paladar, simplemente, irresistibles. Hasta la fecha, nadie había conseguido evitar tales “encantos”.
Pero se dio la extraordinaria e inusual circunstancia de que la sal y el azúcar decidieron, así sin ton ni son, intercambiarse sus respectivas residencias. También entremezclarse, sin orden ni concierto, con las exóticas e interesantes especias en la primera celebración que hubo para festejar la inminente victoria.
Poco tardaron los caldos, guisos y pasteles en retirarse al encontrarse indispuestos. Sin más, desaparecieron. La Cuaresma pudo entonces seguir viviendo en paz. Pero os recuerdo, esta victoria solo sucedió esa vez y hace mucho, mucho tiempo…

324. DE MORIR SIEMPRE HAY TIEMPO, de Belén Blanco

No había otra manera para acabar con aquella disputa, o al menos así pensaban la mayoría de las pocas personas reunidas en aquella habitación. Hacía ya tiempo que había llegado el primer implicado, que no hacía más que quejarse por la tardanza de su oponente. Este último entro apresuradamente en la sala segundos después pidiendo disculpas por la tardanza, mientras se frotaba las manos ateridas por el frío. Por fin, podían comenzar.
Se había decidido realizar el tan esperado combate dentro de la gran casa, no estaba el tiempo fuera coma para salir. Cada oponente traía su propia espada. El combate sería hasta el primer asomo de sangre, no eran gente tan tonta como para jugarse la vida. De morir, siempre hay tiempo.

323. DUELO CON LOS CINCO SENTIDOS, de Pepa Maldonado

Con poco tacto, desaforado e impetuoso, arremetió contra mí con el único objetivo de iniciar una disputa. Visto lo visto, me olí que la situación iba a resolverse con un enfrentamiento violento. Mis sospechas no eran infundadas, de hecho se hicieron realidad cuando el guante rozó mi mejilla y se deslizó hasta el suelo empedrado. El que más tarde designaría como padrino –en calidad de testigo de fe– me había alertado en relación a ciertos aspectos negativos de este “caballero”; principalmente en lo relativo a saltarse las normas de un duelo en su propio beneficio. Pero, puesto que debía defender mi honor, no pude declinar el desafío, hice oídos sordos y recogí el guante.
Aquella mañana, frente a frente, dominado por el miedo, hizo un "deloper" y erró intencionadamente el disparo, pensando que yo haría lo mismo. Tras el desenlace, me acerqué al lugar donde yacía muerto, le pisé la mano para que soltara el arma –que aún aferraba con fuerza– y me quedé tan a gusto.

322. TU DUELO MI SALVACION, de Alberto Diez

Ni la promoción del club de golf que los regalaba a los nuevos socios. Ni el convenio con la famosa aseguradora de coches. Su intento angustiado de reflotar la empresa familiar había fracasado por activa y no precisamente por pasiva. No podía competir contra diseños menos sofisticados a la par que económicos que se vendían como churros en las grandes superficies. Pero llegó la última reforma del código penal y fue su salvación. Textualmente rezaba “…cualquier delito contra el honor del individuo deberá resolverse mediante duelo. Éste tendrá lugar al amanecer y se considerará oficialmente convocado cuando el injuriado lance al suelo un guante de cuero”. Las ventas desde aquel momento subieron como la espuma. Las máquinas no daban abasto y hasta medios internacionales se desplazaron hasta la fábrica para cubrir la hasta entonces noticia del año. Además, para consuelo de todos, el desenlace del duelo se realizaba mediante espadas hechas con globos o pistolas que disparaban virtualmente mediante una nueva aplicación, que el cliente recibía como obsequio con la compra de cualquier par de guantes.

321. DUELO POR TI, de Felipe Plasencia

Duermo, no sé si sueño, y me acuerdo de ti. Si algo se parece al cielo debe ser el mundo de los sueños. Me acuerdo de ti, de todo lo que fui contigo, de todo lo que tú hiciste para que yo fuera. Me pariste, criaste, me ayudaste a andar, me enseñaste a vivir, sin ser propiamente mi madre. En esta vida no solo hay una madre biológica, hay muchas más madres que te ayudan a seguir viviendo, sin decirte una palabra, solo con un gesto o una actitud, te dicen cual es el camino nuevo que hay que tomar después de mirarnos cara a cara la muerte en los raíles del tren de los relojes, en las vías del metro del tiempo, caminos oportunidades que labran los presentes que sentimos al lado de los seres queridos, que nos han hecho de madre y que por eso añoramos cuando se van para siempre. No solo queremos a nuestras madres adoptadas o adoptivas, mujeres u hombres, somos capaces de amar a nuestros hijos, los que vendrán en el futuro a exigirnos amor, a exigirnos un lugar en esta tierra. Igual nos añoraran y nos echaran de menos cuando duerman o sueñen.

320. DUELO CONTIGO, de Felipe Plasencia

Despierto y como he nacido tengo que comer. Por haber nacido también puedo aprender, puedo amar, empujar la puerta para entrar en el caja fuerte de tu mente y hacerme escuchar, hacerme entender. Mi duelo contigo es poder hacerte comprender que, por haber nacido, tengo los mismos derechos que tú. Por haber nacido tengo derecho al presente como tú lo tienes, tengo derecho a imaginar el futuro y imaginar el pasado pensándolo. Solo por haber nacido, a tu lado, soy igual que tú. Estés dónde estés, seas cómo seas, hagas lo que hagas, aunque no hagas nada, soy como tú, somos iguales, y si vamos a enfrentarnos mejor que antes veas en mí a ti mismo en el espejo. Que te veas en mí. Tu ira no crecerá igual porque te verás tan pequeño como yo me veo siempre en el espejo de la luz, bajo la luz añil del aire, en los rayos cargados de magnetismo que el sol nos regala para que podamos ser un poco, solo un poco, en esta tierra que gira para que no salgamos volando. Yo soy tú, tú eres yo mismo, ahora hace falta que todos los él nos acepten en los demás.

319. LA RECTITUD DEL SER, de Antonio Manresa

—¿Qué locura es esta? —dijo Lucinda a su hijo. Este salía por la puerta, ataviaba capa y sombrero, en el cinto intentaba disimular la ropera.

—¿Qué guardas ahí? —insistió Lucinda.

—Es del primo Claudio —respondió Domingo agarrando su estoque—. El duque ha dado su licencia. A muerte. Don Fernando hará de arbitro.

—¡Válame Dios!, hijo mío. No valga la muerte tu honor.

—¡Oh señora de mi alma! ¿Acaso existe vida sin honor? ¿Soy yo por ventura un cobarde, un embustero?. No. La honra sea tan válida para los hombres como el oro y ésta defiéndese con el acero. La verdad ostentó para desgracia de mi enemigo y con una esgrima de punta desangraré al perverso. Me encomiendo a Dios de todo corazón, puesto que después de las tinieblas esperaré la luz.

Diciendo y haciendo Domingo salió por la puerta. Lucinda lloraba un sentimiento agridulce, más aquel que se alejaba no era su retoño, sino un hombre, y para bien o para mal dueño de su destino.

318. TRES MINUTOS CON MARIO, de Mª Pilar Sánchez

–¡Ay Mario! No sabes cómo agotan tantos abrazos; lágrimas; condolencias vacías y frases manidas: que si “no somos nadie... “, y todos esos tópicos ¡Alégrate, jamás pasarás por nada igual¡ –Juana se dirige a la foto colocada sobre la tapa del féretro cerrado.

–Me dejan unos minutos para que te despida, los últimos que pasaremos juntos –sollozando se gira hacia el cristal y cierras las cortina–. Ahora sí que estamos a solas. Y no quiero que te lleven sin decirte algunas cosas –suspira profundamente.

–Siempre supe lo de Paquita. Te aguanté por los hijos. Esta tarde, cuando me dio el pésame (muy compungida ella) le respondí: “Igualmente, zorra!” ¡Qué liberación! ¡Si hubieras visto su cara…! –Juana se tapa la boca para ahogar una carcajada.

–Tampoco esto te va a gustar, lo siento querido: conociendo lo mucho que te horrorizan los quirófanos he donado tus órganos; el resto será incinerado…, por aquello de tu fobia al fuego...

Así son las cosas, Mario. ¡Ahora mando yo! –Con la mirada fija en el retrato del difunto, Juana hace un corte de mangas antes de recomponer el gesto de viuda doliente y salir del túmulo envuelta en llanto.

317. LAS HORAS CORTAS, de Mª Pilar Sánchez

“Que tengas una hora cortica” le desearon a Carmen vecinas, amigas y allegados, cada vez que se encontró en el trance de alumbrar una nueva vida.

Una hora corta: un tiempo leve y amable, para que el tránsito por el túnel del dolor, inevitable pero esperanzado, fuese llevadero y sencillo. Al fin y al cabo, el gozo y la ternura que el hijo traía consigo iba a compensarle de todo lo demás.

Han pasado muchos años y Carmen ha recorrido muchos caminos; ha visto muchas cosas; también ha llorado y ha reído muchas veces; ha perdido a seres queridos y ha gozado de las risas y caricias de los nietos…: Carmen ha vivido.

Hoy se enfrenta al tránsito por ese túnel donde reina la incertidumbre y las preguntas sin respuesta. “Que tenga una hora cortica”, les dicen unos y otros a los seres queridos que la acompañan en el adiós. Pero todos tienen la dolorosa certeza de que esta vez no hay alumbramiento gozoso, sólo se trata de invocar a la suerte para que el último camino sea lo menos traumático posible.

316. INVENTARIO, de Reyes Lliberos

Miguel y Rosario se casaron en el verano de 1950. Fue una ceremonia rápida y sencilla, que acalló las voces que se llevaron la adolescencia de mi madre, aquellas por las que perdió tantos kilos y alientos que mi abuelo, estremecido, tuvo que prohibirle que siguiera amamantando con tanta resignación a la niña, a pesar de que una tardía posguerra imposibilitaba encontrar la leche adecuada para saciar el permanente apetito de la criatura. Se cambiaron huevos por leche, y mi hermana pudo crecer sana y sin hambre.
Pasados tres años de encierro y de vergüenza, mi madre, pudo elegir unos pocos muebles para habitar una casa prestada. Concentró toda su ilusión de niña olvidada, en la mesa del comedor, en siete sillas, una mecedora, un armario con dos puertas y espejo, un cuadro con bodegón de frutas de verano y una cama con colchón de lana.
Supo elegir con acierto, pero esta mañana he descubierto que la carcoma ha empezado a digerir la madera de su cama. Intentaré que no continúen alimentándose de los recuerdos de mi madre ausente. Cerraré los huecos con el material apropiado, barnizaré la madera, y recuperaré el sueño de su presencia.

315. DUELO POR UN CAMPO, de Carlos Sánchez

—Tres; Dos; Uno.. ¡Disparen!

Los dos se dan la vuelta y aprietan el gatillo. Ambas pistolas de chispa no se accionan. Se miran temblando como los raíles de un ferrocarril con su aproximación.
—¿Qué hacemos?—Dice Jon.
—Usted puede hacer lo que quiera, yo ahora mismo no le voy a dejar de apuntar.—Responde Billy.
—Entonces, haré lo mismo.
Los dos se miran sin mover un solo músculo.
Jay mira al cielo y reflexiona.
—Siempre he pensado.., que los hombres estamos tan enfrentados como la noche y el día. Usted y yo nos batimos en duelo por un campo. La noche y el día, por un basto terreno, por el cielo.
—El día y la noche comparten el mismo terreno. No es lo mismo.
—Claro, aprendieron a ganar los dos. Cada uno de ellos planta y riega lo suyo con sus propios medios. Respetan sus reglas y sus límites, pese a usar el mismo ámbito.
—Sí. Pero ni el hombre ni sus armas han aprendido de eso..
—¿Por que será?
—Porque el sonido de una bala llega más lejos que el de un apretón de manos..
¡Bang! ¡Bang! Dos balas, dos cuerpos caídos. Un campo vacío, sin noche ni día..

314. DONDE HAY QUE ESTAR, CUANDO HAY QUE ESTAR, de Daniel Pernudo

Llegamos pronto.
—Te lo dije. Si conducía Luis íbamos a tardar un pedo —bromeó Javi.
—No empecéis con las discusiones de pareja, por favor —siguió Albert.
—Que hoy no hay fútbol —apostilló Álvaro.
—Qué imbéciles. A ver si la vuelta la hacéis a patita.
—Tranqui Luis, que estamos todos vivos para contarlo —le sonreí mientras encendía un cigarro—. ¿Tomamos algo mientras llega la hora?
—Yo no conozco nada por aquí —dijo Albert.
—¿Miro en Google? —aventuró Javi sacando el móvil del bolsillo.
No llevábamos ni cinco minutos y Álvaro ya había hecho migas con la policía local.
—Yeee. Por aquí —vociferó.

Nunca nos habíamos visto tan seguido, y eso que solo habían pasado tres meses desde agosto. Amigos de verano que compartíamos vacaciones playeras desde hace más de veinte años. Poco más.

—Siempre hay un "Bar Manolo" en el que confíar —celebró Álvaro con un brindis al aire, al que todos nos unimos.
—¿Ha hablado alguien con sus padres? —preguntó Albert.
Negamos con la cabeza.
Y ya nadie volvió a abrir la boca. Porque ya no estaba, no estaría nunca más.
Vaciamos nuestras copas. Por él.
—¿Vamos?