Julio nunca rehuía los duelos con el pequeño Augusto, pero hoy no podía olvidar el retraso en las obras. Cuando Augusto anunció jaque mate, Julio golpeó con violencia el tablero y se marchó malhumorado.
Augusto se asustó. Supuso que le había faltado al respeto, pero las palabras de consuelo que oyó desde la cocina le calmaron.
―No te preocupes, hijo. El papa está nervioso por las obras.
Julio intentó templarse por el camino. Cuando llegó, apartó las vallas y accedió al interior del edificio. Solo vio al pintor trabajando encima del andamio.
―Buenas tardes, ¿cómo va el trabajo?
―A su ritmo.
―Pero si aún le queda medio techo. ¿Sería posible conocer cuándo piensan acabar?
El pintor estaba harto de las quejas... a él, que le molestaba enormemente que lo interrumpiesen en su trabajo. Bajó del andamio y se colocó casi tocando el rostro de Julio, desafiándolo. Estuvo esperando una sola palabra más para abandonar… El santo pontífice se acobardó y dio media vuelta. No precipitaría la renuncia del pintor, pero a este paso Michelangelo iba a acabar con su salud y con su fama de exquisito jugador de ajedrez, antes de concluir los frescos de su hermosa Capilla Sixtina.
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