martes, 30 de enero de 2018
261. ABRAZAR UNA ESPADA, de Marc Cerrudo
Acordaron batirse en duelo por la mano de Angélica de Alcázar. Fue ella quien les apremió a ello. Solo se casaría con quién vertiera sangre por conseguir su amor. Se citaron de madrugada en un callejón estrecho y oscuro, como sus corazones esa noche. Sin mediar palabra empezaron a intercambiar frenéticos sablazos. El sonido de la espadas chocando recordaba al cascabel de un gato que escapa a toda prisa del perro del vecino. Durante un largo y penoso forcejeo, sus miradas se cruzaron. Primero agresivas, luego desconcertadas y finalmente rendidas. Empujados por un instinto demasiado tiempo reprimido, el forcejeo menguó en intensidad cuando uno acarició la mejilla del otro con el reverso de su guante y el otro reposó cándido la cabeza en el pecho del uno. Las espadas cayeron al suelo, desprovistas de todo el instinto asesino de su cometido inicial. Ambos hicieron volar sus capas para cubrirse y fundirse en un abrazo, a escondidas de la luz traicionera de la Luna. Bajo el manto de sus capas, amarrados como amantes antes de zarpar a mares desconocidos, comprendieron que ambos habían salido victoriosos de ese duelo.
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