Don Benito tenía la extraña manía de escuchar a los objetos. A menudo sentía una necesidad imperiosa por poner su atención en cualquier aparato que se encontraba en el camino. Eran tantas sus idas y venidas que dejaba al vecindario repleto de interrogantes.
Con los primeros rayos de sol las vecinas más veteranas sacaban por la ventana los cuchicheos y las sábanas. Decían que eran por el síndrome de alguien que solía salir a menudo en los periódicos, era un nombre un tanto peculiar y raro como las manías de su vecino. Pero don Benito solo sentía interés por llevarse bien con las cosas y sus charlas eran de entendimiento y sin sobresaltos. Aunque la plancha se volvía un poco impertinente y echaba vapor por doquier sino conseguía la atención de don Benito. Hasta que un día la cafetera entró en furia y le puso las cosas bien claras. El duelo duro lo que dura la fuerza de dos enemigos por demostrar la dureza de sus armaduras. Desde ese momento la cafetera sin tapa y con medio brazo modera las conversaciones
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