Iniciado ya el siglo XXI ambas damas se abrieron un perfil en Instagram. Desde que a su marido lo nombraron gobernador, Aldonza vivía pendiente de su imagen. Contrató asesores que sembraron en ella el dilema entre explotar su atractivo natural a base de un intenso bronceando campestre, o transformarse acorde con los nuevos prototipos de belleza, empezando por afinar su silueta pero también aumentar sus prominencias naturales a base de prótesis. Incapaz de decidir, se consolaba con su nutrido grupo de seguidores -todos residentes en la ínsula Barataria - que esparcían generosos por su perfil los “me gusta”. Claro que su oponente, Inés, no se quedaba atrás y eso que carecía del respaldo de un caballero; aunque la leyenda de su trágica belleza y su palidez lánguida seguían siendo un reclamo.
Cuando llegaron al empate, Aldonza se prometió captar al siguiente incauto que apareciera por allí. Un tal Lázaro que no parecía impresionarse con nada de lo que veía, hasta que ella le lanzó un banner prometiéndole cuanto pan y vino fuera capaz de tomar.
Con su “like” sintió que había desmochado al molino más poderoso.
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