Felipe III presidirá la "batalla de gallos" de la que todos hablan desde hace semanas. Y es que el Real Alcázar de Madrid está abarrotado, contando con varios ilustres entre su público. Como el mismísimo Lope de Vega, que mesa su bigote para amenizar la espera.
Dos hombres enfrentados, y una única arma: la poseía.
Quevedo golpea primero, su estilo más directo le da una ventaja inicial. Pero Góngora contraataca, yendo un paso más allá al ironizar sobre la cojera de su adversario. Esto enerva al Duque de Osuna, que desde el graderío pide a los jueces que intervengan, temeroso de que su favorito no pueda recuperarse. Lejos de ello, Quevedo saca la artillería pesada y recita "a una nariz".
Cervantes, entre el público, se echa la mano a la cabeza, atónito ante el increíble duelo literario que estamos contemplando.
El intercambio de sátiras entre madrileño y cordobés se prolonga durante horas, hasta que los jueces deciden finalmente parar la contienda. Los poetas abandonan el escenario indignados ante la salomónica decisión de dejar en tablas el resultado. Ambos están convencidos de haber merecido la victoria.
Lo único seguro aquí, es que la producción poética de este enfrentamiento perdurará durante siglos.
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