La ofensa salió sin querer. La réplica no sirvió de nada. El entrenamiento fue en balde y la huida, un fracaso.
El duelo empezó con las campanas en el aire. Chirriantes rítmicos golpes llenaron la noche con jadeos y titubeos entre la bruma. Nadie miraba, pero todos escuchaban.
Sacudidas, golpes secos y espadas que rompían el espacio rociando con sangre el musgo creciente del callejón. Sombras que huían en la oscuridad. Danzantes pisadas que conseguían levantar polvo, mas más polvo se levantó cuando uno de los cuerpos cayó.
Y luego, el silencio. Resoplidos, pasos de huida y el goteo somnoliento que acompañó al ya no presente hasta el alba de ese nuevo día que él jamás vio.
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