No había otra manera para acabar con aquella disputa, o al menos así pensaban la mayoría de las pocas personas reunidas en aquella habitación. Hacía ya tiempo que había llegado el primer implicado, que no hacía más que quejarse por la tardanza de su oponente. Este último entro apresuradamente en la sala segundos después pidiendo disculpas por la tardanza, mientras se frotaba las manos ateridas por el frío. Por fin, podían comenzar.
Se había decidido realizar el tan esperado combate dentro de la gran casa, no estaba el tiempo fuera coma para salir. Cada oponente traía su propia espada. El combate sería hasta el primer asomo de sangre, no eran gente tan tonta como para jugarse la vida. De morir, siempre hay tiempo.
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