Llevaba semanas esperando aquel momento. La cita era a las ocho de la tarde, sobre el escenario donde varias horas antes había estado practicando una y otra vez. Según los rumores, acudirían al encuentro muchos aristócratas. A veces parece que disfrutaran viéndola debatirse con su pequeña aunque poderosa némesis. Extraño el entretenimiento que buscan los prestigiosos.
A las ocho se presenta allí, al igual que la esperada audiencia. "Qué puntuales son las masas cuando les conviene", ríe por dentro. Empieza el desafío. Primero hace una reverencia, como siempre. Da dos pasos hacia delante. Salta hacia un lado, después hacia el otro. Recorre todo el escenario casi sin tocar el suelo. Alza sus brazos como si fueran las alas de un águila. La muchedumbre sigue silenciosa en la oscuridad. Pero ella les puede ver. Sigue saltando, corriendo y aleteando; pájaro intentando liberarse de una cadena. Pisa el borde del escenario ocasionalmente. Lo hace a propósito para poder sentir cómo se corta la respiración entre el gentío. Una misteriosa fuerza le permite retroceder a suelo seguro. Finaliza con una reverencia. Como siempre. Ante la audiencia aún silente, se incorpora, y sólo entonces se fijan en sus ojos. Siguen cerrados.
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