Llevas sin cogerme las llamadas un tiempo, supongo que sabes que se avecina la tormenta.
La verdad es que no ha sido nada fácil tomar esta decisión. Al menos he tenido la poca decencia, que en ti ha brillado por su ausencia, de decidir hacerte pasar este mal trago en fin de semana para que pudieras digerirlo sin que interfiriese en tu cotidianidad, porque sé que te encantaría usarme de excusa para tus futuros errores y no te voy a dar esa satisfacción.
No ha pasado de la noche a la mañana ¿sabes? Ha sido una lucha constante entre lo mal que me has tratado últimamente y la buena memoria de ti que aún me resistía a aceptar que era más que idealizada. Ahí me declaro culpable.
Has minado mi espíritu poco a poco hasta hacerlo tan maleable como arcilla a tu voluntad. Tu no quieres, sometes.
Es fácil hacerse el valiente cuando eres el único que cree tener un arma, y ahora que sabes que tengo un arsenal y un orgullo recién encontrado, te escondes.
Al final resulta que el duelo no duele tanto cuando ya no tienes miedo a perder.
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