Las espadas láser comienzan a zumbar como un enjambre de abejas y el salón se ilumina con una coreografía de luz escarlata. El impetuoso jedi domina el duelo, haciendo retroceder a su contrincante con cada acometida. ¡Fiummm! El anciano caballero recibe el primer impacto en sus dedos retorcidos por la artrosis. ¡Fiummm! El segundo alborota sus cabellos plateados. ¡Fiu-fiuuum! El tercero castiga sin piedad la prótesis de su cadera. Agotado, el valiente hidalgo se deja arrastrar por el lado oscuro de la fuerza y arroja la espada al suelo con la furia de un wookie.
—Pues a papá le gusta jugar a Star Wars —protesta el pequeño guerrero.
—Mira, Lucas, yo no soy tu padre; soy tu abuelo. Y ahora, hasta que llegue tu madre, jugaremos con lo que yo diga y no con esta pamplina que te han traído los Reyes.
Entonces, sobre el mosaico bicolor de un noble tablero de ajedrez, comienza el último duelo del día.
—Abuelo, ¿cómo decías que se movían éstos que son parecidos a Darth Vader pero en pequeñito?
—Los peones, mi pequeño aprendiz, avanzan siempre hacia adelante, como la vida.
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