Dicen que siempre has de perseguir tus sueños, pero eso no me era suficiente… Yo no quería ir tras ellos, como si de una quimera se tratasen, sino alcanzarlos y hacerlos realidad. Desde muy joven había anhelado ser un mosquetero; estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera en mis manos… Y, precisamente, lo que entre ellas sostenía en aquellos convulsos instantes no era otra cosa que mi afilada espada.
Habría de emplearla con destreza si es que quería salir airoso de aquel brete… Y es que un leve golpe en un hombro, una disputa en torno a un tahalí y otra sobre la propiedad de un inane pañuelo, fueron motivos más que suficientes para granjearme a tres terribles enemigos a los que en mi mente osé tildar de forajidos… Así fue, me bastó un día para concertar tres duelos… De haber vencido, mis victorias me hubieran catapultado de inmediato a la fama, pero no, en aquellos tiempos los desafíos se ventilaban en la clandestinidad… Con aplomo me dirigí a la primera de mis subrepticias citas… Solo cuando llegué y contemplé con estupor a Athos, Porthos y Aramis, armas en ristre, tomé conciencia del grave cariz del asunto.
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