Llegó a su cuarto a medianoche, después de un día gris, colmado de adversidades e infortunios, como el aciago mundo... Sin embargo, no era el desdichado paso de las personas, ni la perversión del poder y el dinero; ni siquiera el precipicio al que ya asomaban, azarosamente, las nuevas generaciones. Lo que más atormentaba su espíritu, idealista y combativo, era su propio miedo: a la parálisis, a no hacer nada.
Aquella noche, bajo las sábanas, se retó a sí mismo, buscó en su interior y cayó rendido en sus sueños. De repente algo le sobresaltó. Algo o alguien, en su mismo cuarto, blandía una espada cuyo filo brillaba a la luz de la luna. Raudo y valeroso saltó de la cama, cogió su estoque de colección del extremo de la cómoda y a duras penas pudo girar y esquivar el ataque lanzado por el fantasma, que acometía con destreza contra su forzada guardia, batiéndose ambos en un duelo existencial, cuya sorpresa no era tal: los dos llevaban tiempo desafiándose. Y a la desaforada pasión de la lucha nocturna, le sobrevino el alba y, con él, la victoria final sobre sus propios miedos… Entonces despertó, sudando, ¡dispuesto a cambiar el mundo!
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