Cuando la noche terminaba y se convertía en un nuevo día, se presentaron en el camino del desfiladero. Las dos acostumbraban a transitar al borde del precipicio ya que era el único modo de llegar a los prados y precisamente en estos fue donde se produjo el engaño.
Al sonido del viento acompañaba el tintineo de algunas piedras que caían por el acantilado.
Firmes en sus posiciones, las dos se encontraban ahora a tan solo un par de metros la una de la otra. Sus miradas se fijaron entre sí, ambas transmitían una sensación de seguridad, como si ninguna de ellas pensara que lo que seguidamente iba a acontecer acabaría con ella despeñándose por la ladera con el trágico final de todas formas inevitable.
El macho cabrío observó la escena desde el alto de la montaña.
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