Ya pensaríamos más tarde en acostarnos. Ahora era el momento de encender la tele, de ver dibujos animados. De saltar en el sofá, de reír, de gritar. De buscar en la nevera la tableta de chocolate que siempre estaba escondida detrás de las verduras.
Ya tendríamos tiempo más tarde de preocuparnos del vaso de leche volcado, de la silla caída, de los dedos de la abuela engarfiados en el mantel. Era el momento de enfrentar nuestras espadas de madera, de fintar, de atravesar las defensas del otro. De exhibir nuestras habilidades mientras en la televisión Íñigo Montoya vengaba a su padre.
Era tiempo de duelo, pero no queríamos pensar en ello.
Al fin y al cabo, mamá no vendría a buscarnos hasta la noche.
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