Mamá se fue la madrugada del dos de noviembre, pero ella no lo sabe. Me busca a cualquier hora del día o de la noche para hablarme de la abuela que murió hace años, del paso del tiempo, de la vejez y de la enfermedad a las que ha temido toda su vida. Está transcendente, aunque no por eso deja de cocinar, planchar, poner la lavadora y ver las telenovelas. Yo no tengo ganas de hacer nada. Aún no he superado la pérdida.
Mamá ha sido muy guapa desde niña, y la nariz siempre fue su mayor orgullo. Perfecta como la de Cleopatra, aunque Cleopatra no tenía una nariz tan recta. Yo retiro los espejos a su paso. Cubro el de la entrada con una sábana, el del cuarto de baño con un pañuelo. Todo para que no vea que su nariz, su hermosa nariz, ha comenzado a descomponerse. Todo para retardar el momento aterrador en que se dará cuenta de que está muerta.
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