Juanito apartó con gran esfuerzo las mantas, se sentó al borde de la cama y, con un último impulso, se incorporó. Se vistió y acudióa la escuela.
—No te distraigas Juanito —le dijo la maestra a mitad de la mañana, porque el muchacho estaba más pendiente del vuelo de la mosca que se había colado en la clase que de lo que se explicaba en la pizarra.
Llegó el recreo. El chico se sentó en un banco del patio y observó, con envidia, como sus compañeros jugaban al balón. Pasados unos minutos, el chaval abrió su libro y se puso a leer. Se levantó del banco y se colocó al lado de D'Artagnan.
«...D'Artagnan» y Juanito «le alargaron una furiosa estocada y dieron con presteza un salto hacia atrás... El desconocido vio entonces que la cosa pasaba de broma, sacó su espada, saludó a sus adversarios y se puso gravemente en guardia. Pero en el mismo momento, sus dos oyentes, acompañados del hostelero, cayeron sobre D'Artagnan» y Juanito «a bastonazos, patadas...»
Esos sí eran sus amigos fieles: los protagonistas de los libros. Y ellos nunca le juzgaban ni le hacían de lado por ser un niño enfermo de esclerosis múltiple.
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