miércoles, 31 de enero de 2018
329. LUCES Y SOMBRAS, de David Marquina
El hombre mira a la mujer sin temblar ésta vez. Le recuerda esas líneas de Bodas de Sangre donde La Madre, al ver llegar a su hijo muerto en el duelo con Leonardo, se refiere nuevamente a un cuchillito como a un objeto demasiado pequeño e insignificante para dar muerte como lo hace. Están de pie en el parque y es muy tarde en la noche. Ninguno de los dos piensa sentarse en ése banco donde se sentaron a hablar la primera tarde y donde, años después, decidieron casarse. Ella lo mira con el rostro desencajado. Repara en sus manos grandes, morenas, y no entiende cómo hasta hace nada esas mismas manos despertaban en ellas todas las ternuras y las pasiones todas. Ahora esas manos solo la hacen pensar en muerte y desesperanza. No entiende cómo ha podido. Él se da cuenta de su manera de mirarle, horrorizada. La mira fijamente, y es ella la que agacha la mirada. Entonces, con una voz muy baja, la mujer la pregunta que dónde lo escondió. Él le hace levantar el mentón para que sus ojos se encuentren y le responde: No lo maté. Le di las gracias por mostrarme quién eras. Huyó.
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