martes, 9 de enero de 2018

83. LA HORA DE LA VERDAD, de Antonio Toribios

Cuando César Ramírez me cruzó la cara con su guante en público, no tuve más remedio que aceptar el desafío. Todo era a raíz de un artículo en que, según él, ponía en duda su honor de caballero. Quedé estupefacto, porque nunca hasta ahora me había pasado algo parecido. Acudí a Jorge, que solía saber de casi todo, y me ofreció su juego de pistolas. Me entró un sudor frío, pues no tenía ni idea de usar esas armas que se cargan por el cañón y disparan por la acción de un sofisticado mecanismo que hace que la pólvora entre en ignición.
Al día siguiente se presentaron dos hombres trajeados en la redacción y me informaron de que sería a primera sangre. Llegó el momento y me vi espalda contra espalda. Un paso, dos, tres…, al séptimo me volví y apreté el gatillo. El estruendo me despertó, con el corazón acelerado. “Qué alivio”, pensé, y bajé a beber un vaso de agua. Estando abajo oí los golpes en la puerta.
Era Jorge, iba de oscuro y llevaba en la mano el maletín con las pistolas.

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