Desgraciadamente intuía que esa mágica sensación al estar juntos estaba llegando a su fin. No había vuelta atrás; la separación de sus padres era inminente. Y aunque los dos trataban de consolarle e insistían en que nada cambiaría, ella sabía que se terminarían las guerras de almohadas, las sesiones de cine con palomitas en el sofá y los relajantes masajes en las plantas de los pies.
Escuchó a su madre que se lo hizo prometer, jurar y perjurar... Su padre se marcharía de casa apenas acabara de bajar del trastero todos los discos de su antigua colección de vinilos. Los mismos que la pequeña Amanda subía sigilosamente cada noche mientras ellos discutían.
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