martes, 9 de enero de 2018

78. LA DANZA SANGRIENTA, de Juan José Santana

Los aceros refulgen al sol del atardecer. Los mudos testigos han tratado en vano de convencerlos de su insensatez. Los viejos desagravios no merecen alimentarse con sangre joven, decían. Pero esas viejas desavenencias entre los Idiaquez y los Roldán sólo son leña para este nuevo incendio.
A pesar del odio reinante entre ambas familias, Javier Idiaquez e Iñigo Roldán siempre fueron uña y carne. Tuvo que cruzarse un nombre de mujer entre ellos para que esa amistad saltara por los aires. Iñigo cortejaba a Teresa, pero el patriarca de los Idiaquez concertó el matrimonio entre Javier y ella.
No hubo diálogo, ni disculpa, tan solo una carta formal de duelo. Ahora, frente a frente en sepulcral silencio, aprestan los aceros. Las roperas se encaran, las miradas se cruzan y comienza la danza sangrienta. En un baile tan antiguo como el hombre, ambos dirimen una supuesta afrenta al honor.

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