martes, 9 de enero de 2018

75. UN CAMINO POR CADA LATIDO, de Ana María Varelo

Soy una mujer fuerte, autónoma e independiente. Ser feliz depende de mí. Puedo hacerlo.
Es lo que se repetía a diario para no ahogarse en el naufragio de su matrimonio y ceder al horror vacui de quienes creen que disfrutar de la vida es no dejar espacio alguno para el dolor o el llanto. Ahuyentó su capacidad de amar con una promiscuidad con la que acalló a ratos la nostalgia del amor conyugal perdido pero que no sirvió para convivir con la ausencia de los que se ama y se van.
Así se la encontró, sentada en la orilla de la playa con la mirada perdida en la inmensidad del mar, cuando en un impulso se acercó y le habló de la existencia de un destino que los unía desde ese instante en el recorrido de un mismo camino en el que encontrarían la paz y la plenitud del amor compartido.
Y él, que todavía llevaba la alianza con la que un día juró amor eterno, reinventó la dulzura de las palabras y la pasión de las caricias sólo para sacarle una sonrisa. Y la primera bastó para que, juntos, se arriesgaran de nuevo en la aventura del amor.

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