- Debería no hacerlo. Desistir. Se precisa técnica y precisión y carezco de ellas. No me siento preparado. Recogí el guante pero estoy arrepentido.
- No puedes echarte atrás. La dama lo merece. Se trata de una cuestión de honor y lo sabes. Además no tiene por qué suceder en sábado. Recuérdalo. Tú ibas a decidir el día.
- No tengo el armamento necesario y mis padrinos también opinan que no seré capaz de hacerlo. Estoy pensando en escapar. Necesito tu consejo, amigo.
- No huyas. Deberías ataviarte ahora mismo para la ocasión. Yo te proporcionaré todo aquello que precises. En una hora estaré aquí. Anda, prepárate. Le llevaré el recado a tu enamorada.
Cabizbajo, resignado, y hecho un manojo de nervios, se puso su delantal blanco y se adentró en la cocina. Repasó la receta de su abuela manchega una y mil veces y respiró profundamente a la espera de los huevos, del chorizo, del jamón y del tocino de cerdo. Quizá lo aderezase también con sesos de cordero. Esta vez, eso sí, los duelos y quebrantos tendrían que quedarle, verdaderamente, como nunca...
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