lunes, 1 de enero de 2018

50. ROTO, de Bárbara Sanz

La tensión de sus dedos le dificultaba abrocharse los gemelos. Escuchaba a lo lejos los gritos de su mujer, aunque ella solo estaba a dos metros de él. Una profunda náusea inundaba su garganta.
-¡Te lo juro! -gritaba Gabriela- ¡él miente, creeme por favor, no le retes, te lo ruego escúchame! -intentó tocarle el brazo pero él se apartó dirigiéndose a la puerta.
El aire de la noche llenó sus pulmones, sintiendo por primera vez desde hacía horas que volvía la respiración a su cuerpo. La oscuridad de la noche y el ruido de sus pasos lo acompañaban, pero la razón parecía haber tomado un camino distinto del suyo.
Golpeó con fuerza la aldaba, la puerta se entreabrió. Entró al salón. El cuerpo de su enemigo yacía con un disparo en el estómago. Un hombre desconocido para él, contemplaba el cadáver con una pistola humeante en su mano. Se escuchaban gritos ahogados del servicio en alguna parte de la casa. Se aproximó sin dejar de mirar a aquel hombre que le había robado la paz. Se quitó los guantes y permaneció allí de pie durante largo tiempo.

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