lunes, 1 de enero de 2018

40. REENCUENTRO, de Enrique Roncero

Depositaré las cenizas de Isabel en el mar para que su espíritu flote para siempre sobre las aguas. Para que navegue como un balandro luminoso, reverberante de sol su blanca vela, sobre el piélago azul, sobre la blanca cresta de las olas; para que juegue con los delfines y se burle de los pulpos sacándoles la lengua... la lengua gris de los espectros marinos que vagan sin rumbo.
La densa niebla oculta por momentos el espigón, que parece frágil en medio de la tempestad. El mar ruge embravecido y se estrella contra las rocas.
Isabel no quería duelos, así que nada de panegíricos ni frases grandilocuentes. Sin amigos ni familiares, aquí estamos solos, en esta mañana borrascosa, el mar y yo. E Isabel, inmarcesible en el recuerdo.
El viento arrecia. Apenas puedo ver. Una ola inmensa se abate sobre el espigón y me arrastra lejos de la playa. El frasco con las cenizas se mantiene a flote unos instantes, pero finalmente desaparece de mi vista.
En realidad soy yo quien desaparece bajo las aguas. Voy a reunirme con Isabel, que me espera impaciente en su lecho de algas.


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