Aunque, de vez en cuando, abofetear a alguien con un guante y soltarle eso de “exijo una satisfacción” mientras te contempla boquiabierto y ojiplático, puede resultar tentador, sé que no debo soltarle un par de estocadas al anciano que, haciendo alarde de un prodigioso juego de cadera, suele colarse delante de mis narices en la caja del supermercado, o a la vecina que le pone cara de asco a mis gatos. Tampoco sería de recibo meterle un balazo entre los ojos a quien, sin filtro de ningún tipo, ofenda mi honor, o el de cualquier otra, que en esto prima la sororidad, poniendo de manifiesto un presunto engorde (o aún peor, confundiéndolo con un embarazo, cénit de los comentarios desafortunados) o un trabajoso adelgazamiento limitándose a preguntar si estoy enferma, que tengo mala cara, en vez de soltar el glorioso “¡qué tipín se te está quedando!” o, aún mejor, no decir nada y contemplar, extátic@, mi belleza y esbeltez.
Supongo que debo alegrarme, en aras de la paz mundial y vecinal, de que los duelos sean parte de un pasado más violento y romántico. Lo siento por la industria del guante, la espada y la pistola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.