Al amanecer, frente a frente. Como tantas otras veces, pero ésta era la definitiva.
Apenas unos metros les separaban.
Habían quedado en el mismo sitio donde empezó todo cuando el alba aún no hubiera despertado..
Sus miradas eran desconfiadas. Alguno tenía que caer.
Las manos, a la vista. Pero preparadas para reaccionar ante el mínimo movimiento.
El orgullo, el honor y la gallardía se daban cita en aquel lugar sombrío y desolado.
Nadie les oiría ni sabría nada. El vencido derramaría su sangre sobre la tierra baldía y yerma, confundiéndose con el rocío de la mañana.
Era la hora. La alondra anunció la mañana.
Se llevaron al mismo tiempo la mano a la pistola. Al mismo tiempo otearon de reojo el horizonte en busca de alguna ayuda. Al mismo tiempo pasaron por sus mentes todas los recuerdos de una vida.
Y fue justo en ese momento cuando lo vio. Vio en el rostro del contrario unos ojos de pavor que le devolvían su imagen. Se reconoció en las pupilas asustadas, en las sienes ajadas y los labios entreabiertos, a punto de exhalar el último suspiro.
Demasiado tarde. Ya había apretado el gatillo. Su reflejo en el espejo también lo hizo.
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