martes, 30 de enero de 2018
257. DON LUIS, de Luis san José
Mi novia era suave al tacto y bien formada. De risa suelta y creo, además, que era bastante alta. Nos conocimos y tratamos siempre sentados, en el reservado de una venta, donde el ardor de mi juventud, al amparo de la oscuridad, pretendió varias veces doblegar su resistencia. Sin embargo, el magma de mis labios no pudo con la frialdad de sus dientes ni con la estrechez de sus piernas apretadas. Forcejeamos; larga e intensamente, pero resultaba un duelo desigual porque su frialdad era tan intensa que se me antojaba… de otro mundo. Estuve a punto de dejar allí la vitalidad de mis veinte años convertida en hielo y privar a la historia de mis hazañas y conquistas posteriores. Cansado de aquella penumbra, de su risa floja y de que mi lengua tropezara siempre con la barrera gélida de sus dientes, acerqué una palmatoria a su rostro para poder verle la cara. Recorrió entonces mi cuerpo la sensación de un hierro candente sumergido en un barreño de agua fría. Me levanté de un salto. Yo pensaba poner una muesca más en el puño de mi espada y creo que fue ella la que casi, casi, la puso en su guadaña.
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