domingo, 14 de enero de 2018

108. DEJA DE HACERME SOMBRA, de Juan Marcos Masmiquel

Corinto, Mediterráneo oriental, hace 2700 años. Poseidón es honrado de nuevo en unos tumultuosos juegos olímpicos. Hoy se disputa mucha testosterona clásica, carrera, salto y lanzamiento de disco. En una plaza, otro combate comienza, entre la fuerza del carácter y los oropeles de la gloria.

A mi derecha, Diógenes, luchando por el título de la ironía y la inteligencia.
A mi izquierda, Alejandro III de Macedonia, lidiando por su fama.

El púgil pordiosero blande su poderoso gancho de sabiduría.
El emperador, tiene espada, séquito y dorada armadura.
Las esquinas del ring son las de la soleada plaza.
Alejandro avanza hacia el filósofo y golpea con un directo:
"Yo soy Alejandro Magno".

El pensador le esquiva mientras se pone bien una de sus sandalias. Sin pausa, placa a su oponente:
"Y yo, Diógenes el cínico".

El emperador contrataca y le pregunta de qué modo puede servirle.
El filósofo le devuelve el golpe:
"¿Puedes apartarte para no quitarme la luz del sol? No necesito nada más".

El combate ha terminado. Alejandro el Grande, se tambalea y marcha farfullando:
“Si yo no fuera Alejandro, querría ser Diógenes".

Noqueado el orgullo, el pensamiento rebelde se alza victorioso.
Diógenes por fin, duerme su siesta.

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