El joven rey accedió al trono y quiso suprimir los duelos en su país, pues eran causa de enormes males. Los cuatro grandes, el cuarteto de nobles más poderosos, se opusieron, argumentando que era una centenaria tradición, y casi defenestran al monarca. Éste reculó. Después el rey cayó en coma, tras ser herido en una justa de lanzas. Como los médicos ya le daban por muerto y no tenía descendencia, los cuatro grandes se enfrentaron en una guerra civil para ver quién conseguía casarse con la reina y gobernar. Durante meses sus ejércitos pelearon entre sí, mientras las mesnadas reales permanecían neutrales. Justo cuando ya hubo un exhausto ganador presto a reclamar el trono, el rey despertó de su coma, y con sus intactos ejércitos barrió a los rivales. Su enfermedad había sido un ardid para cizañar a los nobles. Una vez vencedor, el monarca dio estas órdenes: “Al igual que la campana oscense se oyó por todo el reino, haced con ellos una cruz que abarque completamente mis dominios”. Y así, las cabezas de los cuatro grandes quedaron insertadas en picas, clavadas cada una en un extremo del reino, coincidiendo con los puntos cardinales.
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