El padrino entrega la espada a Juan.
Con la mirada perdida, sujeta la “ropera” con fuerza. El duelo es “a muerte”.
El ultrajador, sabe que Juan es un mero trámite, no tiene destreza. Le mira fijamente a los ojos burlón, desafiante y seguro.
-Juan, -dice su padrino- ¿por qué insistes en jugarte la vida por ella, si ella no te hace caso?
-Porque es la única forma que conozco para enamorarla y que algún día me haga caso.
Su oponente ya está preparado, parece despreocupado. No así Juan, porque cuando se está más cerca de allá que de acá, se está más cerca que nunca de preciar lo que vale la vida.
¡En guardia!
El final de su vida puede resultar poético. Morir por defender la honra de una mujer a la que ama ante un consumado espadachín dignifica, y esto le proporciona a Juan una agradable sensación de bienestar.
Siente que ha vencido al miedo, ahora debe vencer a la muerte…
Comienza moviendo con ligereza los pies y manteniendo bien la guardia pero, en un suspiro, “Touché”. ¡Se acabó!
Y en la agonía, el corazón de Juan palpitó con estruendo de amor y honor.
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