-Señorita, ¿le molesto si me atrevo a invitarle a una copa?
-Claro que no, caballero. Realmente, me estaba preguntando si habría por aquí algún señor que reparase en mí y notase que me sentía sedienta.
-Entonces… llego en buen momento, ¿no?
-Sí, por supuesto. Mi amiga se ha ido al tocador a recomponerse el maquillaje y yo me he quedado sin compañía. Me empezaba a aburrir.
-Si me dice su nombre, la invito también a bailar.
-Me llamo Topacio pero no me gusta que me aprieten mucho cuando bailo, algunos señores como usted son muy fuertes y luego me salen moratones. Usted no será de los que pellizcan, ¿verdad?
-Le aseguro que no, verá usted que me adapto a usted como un cojín ergonómico. Muchas veces me han dicho que soy suavecito y nada incómodo. ¿Ve?
-Pero no me ha dicho su nombre…
-Soy Eduardo, como verá tengo nombre de novela romántica… Y late en mí una pasión que no me cabe en los bolsillos. Si se olvida de su amiga y se viene a cenar conmigo, la invito a todo lo que usted quiera.
-Si usted se olvida de su señora toda la velada, trato hecho.
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