Regresé a la masía de los abuelos tras el entierro. Yacen bajo tierra tornándose en el vacío de las estrellas. La casa huele a impermanencia y el silencio canta existencias extinguidas en el espacio. Ascendí al palomar y encontré un viejo baúl frente al espejo transparente. Espejo como construcción de identidades, herencia donde poder mirarme.
Abrir el baúl, fue penetrar en los preceptos del templo de Delfos. Hallé fotografías de la guerra civil, un reloj de bolsillo, varios diarios, un mapamundi, enigmas gastados y una espada de madera.
Penetré en los disfraces de mi desnudo. Sobre suelos kafkianos inicié esgrimas en la conciencia. Las sombras de Don Quijote fueron ansiolíticos con los que intoxiqué la mirada y enfermé con el reflejo del Narciso tuerto. Ciega en la adoración de mi copia, hoy, combato el suicidio parcial que esculpí en mis adentros.
Soy Hércules y el león de Nemea al mismo tiempo. Boxeo el duelo de la ignorancia en el ser humano, morfina con la que sellamos el asombro de sabernos despiertos y aplaudimos los tumores del escarmiento.
Héroes son quienes vuelven a parirse. Auténtica naturaleza. Son cardiólogos de luz en lo oscuro y habitan la poesía del universo.
Soy metamorfosis.
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