Aquella mañana Lola se despertó pronto, aunque ya lo mismo daba, ya era demasiado tarde como para hacer nada. Aquella amiga con la que tanto había jugado, corrido, saltado… Esa amiga se había marchado sin darle ni una sola explicación.
No podía parar de preguntarse si habría hecho algo mal. Siempre seguía al pie de la letra sus indicaciones y la defendía, con uñas y dientes, todas las veces que fuera necesario. Nunca un mal gesto, nunca un detalle de desconfianza.
Le había regalado su amistad más valiosa, la más fiel que tenía. Todo para que, de la noche a la mañana, Sara se esfumase con la velocidad de un rayo.
Y es que la vida es así; Lola, una perrita de tan solo ocho meses de vida, había demostrado tener muchos más sentimientos que la que algún día fue su mejor amiga y que ahora, sin darle apenas tiempo para asimilarlo, se había convertido en una de sus peores pesadillas.
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