El Capitán Trueno ajustó su cota de malla y comprobó que su vieja espada toledana entraba y salía de la vaina sin dificultad. Su última aventura le había llevado a algún lugar de la costa Normanda, donde un conde malvado y felón esclavizaba a sus vasallos. Se había ofrecido a ser el campeón de aquellas gentes y había retado al conde a un duelo singular, aunque aquellos días le molestaba una fea herida en el muslo recuerdo de una Saeta sarracena de una aventura anterior. Nadie lo sabía, porque el papel lo aguanta todo, pero estaba cansado de ser el mayor paladín de la cristiandad. Dejar atrás casa, familia, amigos. Las dificultades del idioma, la comida. Así año tras año, viñeta tras viñeta.¿ Qué pensión le quedará a una leyenda del cómic? Tendría que mirarlo al volver. Su compañero el Capitán América se había retirado a una granja en Tucson, Arizona, pero España es ingrata con sus superhéroes. Tal vez podría comprar un apartamento en Oropesa del Mar, algo tranquilo, donde colgar espada y escudo. Sigrid estaría encantada, como buena nórdica estaba deseando venir a España.
Sí, -decidió-, este será mi último duelo.
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