Situado su reinado en los tiempos medievales. En el pórtico del palacio del marqués de Cádiz, tenuemente iluminado, se escuchaban voces entrecortadas, pero no sabíamos con certeza a quién pertenecían. Nadie se atrevía a salir de sus aposentos.
Eran dos hombres en busca de su honor. Sus figuras estaban situadas una frente a otra. La coordinación de sus movimientos reflejaba una correcta postura en sus posiciones de ataque. Las espadas resonaban estruendosamente. Un zigzagueo de los hierros hacía desfigurar el contorno de sus portes. En algunos momentos, se mezclaban las presencias negruzcas y enfurecidas de la afrenta. Era un devenir de espadazos, golpes e insensatez pormenorizada. Todo por un pañuelo de terciopelo con bordes de oro, que contenía una misiva indiscreta.
Sombra 1: - “Te advertí que no podrías cambiar su corazón, marqués”.
Sombra 2: - “¡Su corazón me pertenecerá!”.
Sombra 1: - “No hagáis más el ridículo, el lienzo ha sido consumado, Excelencia. “
Sombra 2: - “Lucharé hasta la locura, traidor”.
Todo estaba escrito, una de las sombras se desvaneció con los primeros indicios del amanecer. Desde lejos, percibimos los hechos de otro modo a partir del desenlace. Los celos desencadenaron la muerte.
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