—Eso te pasa por querer imitar al personaje ese de los videojuegos. ¿Cómo se llamaba? ¿Super Mario? —dijo el padre, de camino a casa, limpiándole con un pañuelo restos secos de sangre.
—No, papá. No fue así. Carlitos se me acercó en el patio y me retó a un duelo. Me dijo que era un gallina.
—Bueno, pues en ese caso el gallina fue él, por pegarte. Venga, vamos a casa a curarte esas heridas.
De la mano, padre e hijo cruzaron una tierna mirada. El niño, ya más sosegado, mostraba un rostro arrepentido y aleccionado. Observaba a su padre con respeto y admiración. Éste, apretaba con dulzura la mano de su hijo, y con su sonrisa le transmitía seguridad y confianza. Instantes después, el niño le soltó la mano y le abrazó, contento y animado.
—Gracias, papá. No lo volveré a hacer.
Al llegar a casa merendaron juntos.
—Venga, ahora ponte con los deberes.
Su padre se quedó en el salón, observando con tristeza una fotografía de su mujer. Aún no lo había superado.
Después, la tristeza dio paso a la ira. Cogió el abrigo y se marchó a ver al padre de Carlitos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.