Un músico se ha colado en mi habitación.
¿Cómo puede ocurrir que este Orfeo sin talento no me permita dormir?
Maldigo la crueldad de su arte; esas notas torturadas que desfilan como una plaga desde su trompeta a mi oreja. Me cubro con las sábanas hasta la cabeza, pero él vuela sobre la tela e ignorando mis quejas perpetra otra vez su canción.
Me revuelvo, sollozo, grito.
-¡No lo soporto! ¡Te desafío! -Le grito al solista, ahora asustadizo.
Se inicia un combate que más que un duelo es un baile. Intento aplastarlo entre mis palmas, pero él me esquiva e insiste en su tonada. Convierto en un arma mi almohada y al fin, de muerte lo hiero, esparciendo cuerpo y alma, su instrumento, contra la pared.
Satisfecho vuelvo al lecho. Apago los ojos. Floto en un dulce sueño.
Pero súbitamente despierto.
Pues un cuarteto de viento se ha colado dentro.
Han acudido al sepelio de su colega de gremio y entonan en su recuerdo un agudo lamento.
Y yo, cansado de enfrentamientos, decido unirme al duelo. Con los ojos bien abiertos, acompaño su concierto con un errático tarareo hasta el amanecer. Pues si no puedes con ellos, qué remedio, únete.
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