Cuenta la leyenda que no hubo nadie igual. Nadie cuyo orgullo gritara con tanta fuerza. Nadie cuyas acciones movilizaran a un pueblo entero. Nadie como ella.
Fue la primera en alzarse. La primera en batirse en duelo. La primera en crear una danza tan mágica que el suelo temblaba a su paso, los susurros de la gente se convertían en polvo y sus ataques llevaban el ritmo del destino en cada movimiento.
Fue al final, cuando todos callaron, cuando el silencio se hizo histórico, cuando ella destapó su rostro y dejó aquella huella que sólo una Reina dejaría en cualquier alma.
Había sido ella, una mujer de a pie, una campesina con el orgullo herido, quien, sin la fuerza de su contrincante, había ganado el duelo. Había enviado el cáncer de su villa a reunirse con sus dioses.
La revolución había comenzado. Ella escribió el fin para todas aquellas torturas. Ella fue la voz del pueblo que gritó: «Revelaos conmigo».
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