-Este mojigato no volverá a molestar jamás a mi dama.- dijo el Barón mientras limpiaba su florete en la vestimenta del enmascarado que yacía ensangrentado en el suelo.
-¡Es...es...es!.- gritaba entre sollozos la joven Teresa apretando la cara entre sus manos.
-Ahora sabré por fin quien es tu misterioso amante.- respondió el Barón con firmeza mientras se agachaba para quitar la máscara que cubría el rostro del cadaver.
-¡Es...es...es...tu hijo!.- acertó a decir Teresa.
El Barón, de rodillas, acarició la mejilla del difunto mientras una lágrima resbalaba por su ajado rostro. Sin mediar palabra alguna volvió a sacar el florete de su funda, se puso en pie y clavó el arma en su propio vientre.
-Por qué, mi pequeño Sancho, por qué de todas las mujeres de esta tierra.-dicen que farfulló antes de espirar.
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