Un hijo hombre. Alto, fuerte pero con mirada desvalida, avergonzada. Cerveza en una mano, leche en la otra. Incapaz de dar el trago definitivo.
Una mujer madre. Furiosa, desmemoriada, dispuesta a dar la vida. Blande un cucharón y una Biblia como escudo.
Otra mujer. Hija, futura madre, joven, hermosa, decidida. Esgrime una serpiente y una manzana.
De este duelo, la mano del mozo es la causa. Su mente quizá. Su corazón sin duda.
Finta el cucharón tratando de atrapar la manzana, se revuelve el ofidio contra el libro sagrado. La joven reta a la madre, la madre escupe a la bella por detrás. Explota el libro con un hechizo de razón, brilla el cazo con los poderes de siempre. Baila la serpiente segura de su encanto, rueda la manzana a los pies del hombre.
La madre bisbisea amenazas. La joven susurra promesas.
El hombre se agacha. Coge la manzana, muerde y bebe leche. Da otro mordisco y bebe cerveza. Aguanta el hambre y la náusea, las ganas de huir y de quedarse. Sonríe.
El cucharón recoge los restos de manzana para hacer compota. La serpiente hace nido entre las páginas chamuscadas. La madre dulcifica la mirada. La joven suspira.
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